Marilyn
Vincent Van Gogh se cortó la oreja y la envió a Marilyn Monroe. De inmediato lo pensó mejor y cayó en una profunda depresión. “¿Por qué fui tan presuntuoso?” se preguntó. “Una oreja es algo muy íntimo. ¿Y qué pasa si a ella no le gustan las orejas? Habría hecho mejor en enviar violetas o rosas rojas como Joe DiMaggio. O tal vez girasoles, patatas french fried, o cepillos de un ancho significativo. Esa oreja la ofenderá, lo sé. Tendrían que haberme bautizado Vincent Van Torpe. Lo arruiné todo otra vez.”
En medio de toda esta inquietud, llegó una nota de América del Norte. “Estimado Señor,” empezaba. “Muchísimas gracias por la cartera de seda. Es un tanto pequeña, pero hace juego con mis bragas de palo rosa.” Vincent Van Gogh se relajó, se apoyó contra la mareada corona de un girasol tembloroso y sonrió de oreja a… ¡nada!
Responder